martes, 28 de mayo de 2013

RECORDAMOS A LA ESCRITORA ELSA BORNEMANN







La muñeca de porcelana, de pelo muy rubio y flequillo de eterna niña, la hija de Blancanieves –travesuras del destino que su madre se llamara como uno de los personajes de los hermanos Grimm– es lo primero que viene a la mente cuando llega esa noticia que parece un hachazo. Que en un primer instante paraliza y luego despliega la imagen de un rostro entrañablemente angelical: Elsa Bornemann murió ayer, a los 61 años. Justo una semana después del genocida Jorge Rafael Videla, el mismo que prohibió Un elefante ocupa mucho espacio, “mediante un ultra injurioso decreto que me exponía a lo peor desde su vandálica dictadura militar”, subrayaba la escritora en una columna que escribió para este diario en 2004. “Se trata de cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo, e indícase que Ediciones Librerías Fausto comparte dichos agravios y es contumaz en esa difusión”, se planteaba en ese decreto. Calificarlo de siniestro es quedarse corto.
“Elsy” –como la llamaban sus amigos– asumía sin ningún complejo que andaba por la vida llevando una parte importante de su infancia. Jamás como una mochila pesada, sino como un tesoro valiosísimo. Si algo bueno le sucedía, se alegraba como una criatura. Reconocía con orgullo indeclinable que tenía un comportamiento infantil. Y sonreía, a toda honra, con ese modo tan suyo de desdramatizar una confesión que para otro podría resultar inconveniente. Acaso un gesto de debilidad. Después del cimbronazo de su muerte, irrumpen rimas almacenadas en la memoria de un puñado de generaciones en esa especie de cofre encantador que es El libro de los chicos enamorados: “Si fuera un gato/ cascabelero/ te maullaría/ cuánto te quiero”. La literatura infantil de estos tiempos está más liberada de una compleja madeja de rancios prejuicios. Bornemann hizo camino al andar, empezó a publicar poemas para chicos en los albores de la década del ’70. Y tropezó con la saña socarrona de quienes ni siquiera consideraban al género en el plano de la existencia. “Cuando yo decía que quería escribir para los chicos, en la Facultad de Filosofía y Letras, mis compañeros se burlaban –recordaba–. Nadie se dedicaba a eso, entonces. No los voy a nombrar, pero después a algunos los encontré en editoriales dirigiendo colecciones infantiles o para adolescentes.” Las vueltas de la vida y el trabajo del tiempo pronto lograron que la burlada fuera una autora masiva, querida y celebrada por sus lectores argentinos y latinoamericanos. Y luego también respetada y admirada por sus colegas. Ocupó mucho espacio en la literatura infantil, afortunadamente, un espacio ganado página tras página, en Disparatorio, El niño envuelto, El espejo distraído, Los Grendelines, Cuadernos del delfín, No somos irrompibles, La edad del pavo, No hagan olas, Socorro Diez, Corazonadas, Amorcitos sub-14 y El último mago, por mencionar apenas algunos títulos de los más de treinta libros que ha publicado, muchos traducidos a varios idiomas y algunos al sistema Braille para ciegos.
A los ocho años se plantó frente a su padre –el relojero alemán Wilhelm Karl Henri Bornemann, que llegó al país para “sembrar” el reloj y las campanas que hoy se ven en la Legislatura porteña y se enamoró de la Blancanieves argentina– y le dijo que quería ser escritora. “El me dijo que le parecía bien, pero que me iba a casar e iba a ser ‘Elsa Bornemann de’ y que así iba a firmar mis libros. Yo le dije que no, y cada vez que me publicaban un libro se lo llevaba y él pasaba el dedo por arriba del nombre y se ponía contento, porque como tenía tres hijas mujeres decía que a través de mí el apellido iba a perdurar. No sé si se ponía más contento porque hubiera sido escritora o por la firma”, reveló en un encuentro con escuelas primarias en la Feria del Libro de 2004.
La vicedirectora de la escuela secundaria a la que asistió Bornemann –que nació en el barrio de Parque Patricios en 1952– fue una especie de hada madrina: la ayudó a publicar su primera obra, Tinke-Tinke. Tenía 16 años y la invitaron al programa radial de Blackie. Nunca dejaría de escribir cuentos, canciones, novelas, obras de teatro para chicos y jóvenes. A pesar del duro golpe que le produjo la prohibición de Un elefante ocupa mucho espacio –que ganó el prestigioso Premio Internacional Hans Christian Andersen por considerarlo “un ejemplo de Literatura con importancia internacional”–, se quedó en el país. “Hasta que se produjo el retorno a la democracia, recibí absoluta solidaridad de las editoriales, que siguieron publicando mis libros, de instituciones que continuaron premiándome aquí y en el exterior y de las autoridades de la Feria, quienes tampoco me erradicaron –enumeraba la escritora–. Fue una experiencia de vida que merece infinita gratitud por mi parte. En las sucesivas ferias montadas a pesar del Proceso, mi asistencia a múltiples actos y firma de mis libros persistió, como si ese terrorismo de Estado no me hubiera colocado ‘en la picota’. Si no fuera por ello, nunca hubiese sentido la ‘almática’ emoción que me sacude cuando colas de concurrentes aguardan mi atención frente al stand en el que me encuentre, a fin de que dedique sus ejemplares. No sólo se trata de niños y jóvenes que desean conocerme, sino incluso de ex lectorcitos ‘míos’, actualmente de 35 pirulos, 40 o algo más, quienes se presentan a verme con sus hijos, manifestando una constante adhesión a mi obra a través del tiempo.”
Cualquiera que haya sido un niño en la década del ’70 seguramente escuchó o leyó un cuento de “Elsy”. Sus libros son centrales a la hora de pensar la literatura infantil en el país y en el resto de Latinoamérica. Larga es la lista de premios que ha recibido: la Faja de Honor de la SADE, el Konex de Platino, y entre los últimos está el Pregonero de Honor 2006, otorgado por la Feria del Libro Infantil y Juvenil. El grupo 5 Encantando convirtió alguno de sus poemas en un disco que lleva el nombre ¿Dale que somos amigos? “Me produce una enorme culpa no poder contestar todo. Los chicos me confiesan muchas cosas, como si me conocieran, quizá porque encuentran verosimilitud en los cuentos –explicaba Bornemann–. No necesariamente mis cuentos terminan bien. La literatura infantil es muchas veces vista como literatura de segunda. A mí el interlocutor adulto no me interesa tanto como los chicos. Me gusta ser de los primeros escalones. Que les pase a los chicos como me pasó a mí con muchos autores, que gracias a ellos seguí leyendo.” No le temía a la vejez. “Pienso que no voy a llegar a vieja. Me fallaron los griegos, que decían que al que los dioses aman muere joven, entonces yo creía que me iba a morir muy jovencita. Va pasando el tiempo, y digo: Entonces, los dioses no me aman.” Fanática de Peter Pan, es la última maga de la literatura infantil argentina, una de las más amadas por esos dioses chiquitos que nunca la olvidarán. Que Elsa Bornemann ocupa mucho espacio lo sabemos todos.
Por Silvina Friera